top of page
  • Instagram

MIGRAR: El arte de morir espiritualmente y crecer desde adentro hacia fuera

  • Foto del escritor: Natalia Mendez Garzon
    Natalia Mendez Garzon
  • 30 jul
  • 3 Min. de lectura
ree

Migrar ha sido, y es actualmente, mi mayor trabajo espiritual y personal.


No lo digo con romanticismo ni con resignación. Lo digo desde el cansancio y la profundidad con la que este proceso ha atravesado todos los niveles de mi existencia. Llevo años enfrentando un sistema de Extranjería que incumple sus propios plazos, que exige demostrar el triple para recibir lo mínimo, y que me ha obligado a sobrevivir trabajando en la sombra mientras pago formaciones, tasas, asesorías y proyectos, solo para poder trabajar legalmente.


He invertido dinero, tiempo, energía, y sobre todo salud mental y emocional para cumplir cada paso del proceso sin desfallecer. Mientras intento no perder la fe en que merezco un lugar digno en este país, me he formado en múltiples disciplinas para sostenerme desde lo que amo: astrología, terapias y acompañamiento. La divergencia ha sido una tabla de salvación, pero sostenerse sin derechos es una forma lenta de agotamiento.


Desde enero tengo un proyecto de cuenta propia —es decir, para ser autónoma— viable, estructurado y listo para ejercer. Pero sigue en trámite. Aún no he recibido un recurso favorable por parte de la administración para poder funcionar legalmente. Esto ha implicado que lleve meses sin poder dar sesiones presenciales, con la frustración de tener todo preparado pero sin permiso para avanzar. Lo único que pido es trabajar, pero parece que para eso hay que hacer un máster en resistencia emocional.


Porque sí: la sadhana de migrar es real. No es una metáfora. Es una práctica espiritual no elegida que te obliga a morir simbólicamente muchas veces, a soltar viejas versiones de ti, a mirar de frente el abandono institucional, el abuso sistémico, la precariedad, la soledad.


Llevo dos años en proceso de regularización y ocho años navegando una odisea de obstáculos. Me han timado, me han hecho fraude, han usado mi historia personal y familiar para lucrarse, he vivido falsas promesas de ayuda emocional y legal. He estado en riesgo de deportación, me retuvieron el pasaporte, confié en personas que desaparecieron cuando más necesitaba apoyo. Viví con alguien que iba a casarse conmigo “para ayudarme” y no sucedió, por suerte, pero fue una más de esas experiencias que se quedan en la memoria corporal del exilio.

En paralelo, entregué cinco años de mi vida al deporte español. Gané medallas, representé, me alzaron como ejemplo. Pero cuando se trató de regularizar mi situación migratoria, nadie alzó la voz por mí. Así funciona muchas veces el sistema: toma lo que das, pero no te reconoce como igual.


Y aunque burocráticamente hablando se supone que no tengo permiso para trabajar en ciertas cosas, ya a este punto del partido he reactivado todas mis actividades laborales dentro de los pocos márgenes que tengo. Es importante visibilizar que todas las personas migrantes vivimos realidades distintas —algunas más complejas que otras—, y que lo esencial no es quedarse estancado en la queja, sino buscar soluciones que no te hagan perder la cabeza… ni el corazón hacia tus sueños y metas.


He llegado a sentir que el mayor trabajo no es sobrevivir económicamente, sino no derrumbarse emocionalmente. Sostener el foco, la dignidad, la autoestima. Y en medio de esa tormenta, lo que me ha sostenido ha sido también lo que me habita: mi amor por el acompañamiento, por la escucha, por las prácticas terapéuticas y espirituales que he ido integrando. Gracias a mi capacidad de aprender, de reinventarme y de amar lo que hago, he podido seguir en pie.


Y por eso, aun en medio del caos, estoy canalizando toda esta experiencia en un proyecto muy personal, que lanzo el 18 de agosto. Un espacio íntimo y holístico para acompañar a otras personas migrantes desde el cuerpo, la palabra, la espiritualidad y la resiliencia. Para compartir herramientas que nos permitan sostenernos, sentirnos y sanar, en vez de solo resistir.


No había contado esta historia antes porque tengo familiares que también están sanando su parte, y porque una parte de mí intentó siempre “tirar para adelante” en silencio. Pero creo que es tiempo de visibilizar. Hoy más que nunca se están escuchando las voces migrantes. Y aunque esto sea solo la punta del iceberg, es necesario hablar.


Migrar no es solo cambiar de país. Es morir por dentro muchas veces para poder brotar, poco a poco, hacia fuera. Es una herida que se convierte en maestría.Un duelo que se transforma en propósito.Y una historia que —aunque duela— merece ser contada con voz propia.


Hoy elijo contar la punta del iceberg, no por exponer heridas, sino porque visibilizar también es sanar —y porque nuestras historias, incluso fragmentadas, merecen ser escuchadas con respeto, para que un día migrar no duela tanto.

Comentarios


2025 © ASTROMEDIUM Integral Methods ® - Karen Natalia Méndez

bottom of page